Una piel es sensible cuando se deteriora su capacidad de ejercer como barrera ante las agresiones externas, reaccionando ante ellas con inflamaciones o rojeces. Una de las causas es la pérdida de agua y lípidos, por lo que la piel no puede regular la humedad y protegernos de los elementos del exterior. Aunque la piel sensible puede localizarse en todo el cuerpo o bien en un área concreta, la piel del rostro es la más vulnerable, debido a que es la que se encuentra más expuesta a agentes externos como rayos UV, elementos químicos y contaminantes.
Síntomas de la piel sensible
Los síntomas principales que pueden alertarnos de que tenemos piel sensible son:
Todos estos síntomas además pueden ir acompañados de sensaciones como picor, ardor, tirantez y pinchazos.
La piel sensible es altamente reactiva al clima, la temperatura y a sustancias químicas contenidas en productos de aseo personal. Por este motivo, requiere tratamientos especiales que no contengan ingredientes agresivos para ella.
Es muy importante que conozcamos cómo prevenir la piel sensible y, si la padecemos, la manera de atenuar sus síntomas y de evitar acciones que puedan empeorarlos.
La piel tiene un complejo y equilibrado sistema que le permite mantenerse sana. Si este equilibrio se ve alterado, aparece la piel sensible. Vamos a ver como dichas alteraciones pueden dar lugar a esta afección.
Como hemos visto, en la epidermis se encuentra el manto hidrolipídico, que actúa como una capa protectora de toda la superficie cutánea frente al conjunto de agentes externos. Presenta un pH ligeramente ácido, aproximadamente de 5, que le permite ser eficaz frente a bacterias o elementos externos muy alcalinos como el jabón de uso cosmético. Además, debido a la permeabilidad característica de esta capa y a su descamación natural, es posible mantener los niveles óptimos de hidratación.
Cuando se altera el correcto funcionamiento del manto hidrolipídico pueden aparecer los síntomas característicos de la piel sensible a cualquier edad. No obstante, hay dos momentos de la vida en los que hay más posibilidades de desarrollar piel sensible: la lactancia y la vejez.
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